Robin Wood y Ernesto García Seijas ya eran una dupla exitosa gracias a la estupenda labor que venían realizando en ‘Helena’. Era lógico, entonces, que quisieran encarar otros proyectos juntos.
Café de por medio, Robin ofrece a Seijas una serie que, sin embargo, no termina de convencer a Don Ernesto: ‘Ronstadt’. Sin desanimarse, Wood saca de la manga otra oferta, una serie que tendrá principio y fin, que arrancará en Inglaterra con un jovencito y terminará en África con un hombre revelando el misterio de su origen.
La promesa de la evolución gradual de un personaje, de la combinación de intrigas, elementos sobrenaturales y de aventuras sin respiro a lo largo de dos continentes resulta, ahora sí, irresistible para el maestro Seijas. Si bien el primer episodio se dibuja en 1981, recién comienza a publicarse en las páginas de la revista Nippur Magnum hacia 1985. Misterios de nuestra historieta.
Un Señorito Inglés
Kevin Codrington es un extraño adolescente inglés; extraño incluso para esa Inglaterra de principios del siglo XX. Llaman la atención su belleza, la poco usual oscuridad de su piel y su tendencia a la misantropía. Sospecha algo extraño acerca de sus orígenes, ha tenido extraños y enigmáticos sueños y está a la espera de algo que no sabe muy bien qué es; acaso una señal.
La señal esperada llega por fin una ventosa noche en los campos de Kent, en las cercanías del prestigioso colegio en el cual el muchacho es interno; un mendigo egipcio parece convocarlo con la desagradable melodía de su flauta. Tras salvar de una golpiza al frustrado músico y trabar amistad con Skog, un gigantesco marinero que le da una mano en la quijotada, Kevin comienza por fin a encajar las piezas dispersas de su origen.
Meruth, el anciano egipcio, le revela al chico que ha nacido en el Valle Sagrado de Sudán, después de que sus padres fueran salvados por los derviches, sacerdotes musulmanes de conocido fanatismo que, hoy, solicitan la presencia de Kevin en su lugar de nacimiento como un modo de saldar la deuda contraída años atrás. Prometen, además, aclarar todas las dudas respecto a su origen.
Si bien Lord Codrington quiere evitar que su hijo emprenda la aventura, resulta más fuerte la voluntad y determinación del joven. Tras entregarle algo de dinero y una extraña piedra preciosa conocida como el Ojo de la Muerte, el caballero inglés deja partir a Kevin y sus dos nuevos –y únicos- amigos.
El Viajero
La aventura comienza en barco, y también los problemas. Kevin se da los primeros golpes con la realidad en el continente y descubre que tiene una extraña capacidad para meterse en líos y salir airoso de ellos. Al principio, Skog y Meruth le resultan indispensables, pero luego se las arregla muy bien para resolver sus propios problemas; y los ajenos.
En algún momento se topan con gitanos y deciden que unirse a la caravana de los errantes no es mala idea ya que deben cubrir un largo trecho por tierra. En compañía de la comunidad zíngara, Kevin empieza a desarrollar nuevas habilidades, a disfrutar de las mujeres que su buen aspecto le facilita y a gozar de su nueva vida desprovista de las comodidades que fueron usuales durante los primeros años de su vida.
Algún tiempo después, Kevin y sus amigos descubren que hay gente que desea evitar a toda costa que llegue a destino; son fanáticos asesinos enviados por un tal Leahcim, el Hijo del Diablo. El primer encuentro con esta secta resulta fatal para Meruth en el momento que sacrifica su vida para evitar la muerte del joven Codrington. Tras el triste momento, los viajeros se despiden de los gitanos y se embarcan una vez más para llegar, por fin, a las costas de África.
Sin embargo, es el destino de Kevin culminar su travesía en soledad: en los puertos africanos, Skog se enamora de una muchacha y encuentra un empleo muy bien pago como líder protector de los bribones portuarios.
El Tuareg
Sólo con su alma, Kevin se interna en el desierto y ya poco queda en él del señorito inglés que abandonara años atrás el hogar paterno. Se mueve con comodidad en el hostil territorio y se familiariza con las costumbres locales.
Tras un desafortunado encuentro con traficantes de esclavos, termina siendo él mismo esclavo de los beduinos. Sabe que su destino inevitable es la muerte prematura, pero lejos de desesperarse elabora un complejo pero perfecto plan de fuga; cuando logra concretarla, ya es otro Kevin, domina a la perfección los dialectos musulmanes y le cuesta muy poco ser aceptado por una tribu de tuaregs, el Pueblo del Viento, los hombres más libres del mundo. Un tiempo con esa gente, y el joven Codrington deja definitivamente atrás su pasado: ya es un tuareg.
Y así, montado en su camello, con sus ropas oscuras, su rifle y su silencio reconcentrado, Kevin se prepara para el tramo final de su viaje. Evita participar de las luchas intestinas que desangran el continente negro y si en algún momento se distrae es para impartir su particular sentido de la justicia cuando lo cree necesario.
Con una amplia porción del continente ocupada por los ingleses, el aventurero tiene más de una oportunidad para reencontrarse con sus compatriotas, pero prefiere evitarlas. Sólo un joven y audaz soldado llama su atención y gana su simpatía: Winston Churchill.
Una vez en el Sudán, el enfrentamiento con Leahcim, el hijo del diablo, es inevitable, pero antes de encontrarse cara a cara con el ser que tanto ha hecho para impedir su llegada se encuentra con un derviche que, a cambio de el Ojo de la Muerte, narra a Kevin las circunstancias de su nacimiento: huyendo del ejército del Mahdi que tomó Khartum pasando por las armas a todos los ingleses, Lord Codrington y su familia son salvados por un anciano que los conduce por pasajes subterráneos; es todo parte de una antiquísima profecía. Sin embargo, ignoraba Kevin el precio que su padre debió pagar a cambio de la ayuda; ignoraba también la existencia de un hermano gemelo, un hermano que debió ser entregado a la secta de los hijos del diablo, la secta hoy liderada por Leahcim, para permitir la fuga de los tres Codrington restantes.
Y así las cosas, Kevin finalmente propicia su encuentro con Leahcim para conocer el paradero de su hermano; no es poca su sorpresa cuando, en medio del diálogo, su enemigo se despoja de su máscara para dejar al descubierto un rostro idéntico al de Kevin. Leahcim no es otro que Michael, su hermano perdido.
El encuentro y el reconocimiento es fugaz; un soldado inglés, creyendo que el joven tuareg se halla en peligro, dispara de lejos y sin preguntar a Leahcim, que muere en brazos de su hermano.
No se sabe a ciencia cierta qué fue de Kevin tras dar sepultura a Michael. Hay quienes dicen que regresó a su hogar, otros que se internó para siempre en el desierto. Lo cierto es que ambos hermanos sobreviven en las leyendas beduinas que se tejieron alrededor de esas dos extrañas estrellas que aparecieron súbitamente en el cielo la noche de la tragedia, la ‘Estrella del Diablo’ y la ‘Estrella del Jinete’. Las estrellas de los hermanos Codrington.
Algunos datos más:
Para la concreción de los dibujos de esta serie, Seijas contó con la invaluable colaboración anónima de otro maestro de la historieta argentina: Osvaldo ‘Oswal’ Viola, responsable del plantado en página de varios episodios.
Lamentablemente, Don Ernesto no pudo concluir la serie saturado por el intenso trabajo que representaba para él cumplir con ella y, al mismo tiempo, con el compromiso asumido de una tira diaria de ‘El Negro Blanco’ para el diario Clarín. Al tiempo que decidió dedicarse full time a la exitosa historieta que creó con el recordado Carlos Trillo, debió abandonar ‘Helena’ y ‘Kevin’.
Sustituyó a Seijas en la serie el siempre sorprendente Lito Fernández tras estar casi dos años esta historieta en el freezer. Es fácil adivinar también –especialmente en los últimos episodios- el trazo de Rubén Marchionne, sin embargo, no aparece su nombre en los créditos.
Son en total, entonces, treinta y tres episodios; veintiuno firmados por Ernesto García Seijas, doce por Lito Fernández.
En julio de 1999 salió a la venta el volumen número 31 de la Colección Clásicos de Columba; el mismo contiene los primeros 11 episodios de ‘Kevin’. Con portada de Alfredo de la María, por supuesto.
(Reseña de Ariel Avilez / avilezavilez@yahoo.com.ar )